La escritora visitó el Instituto y no sólo generó un magnetismo muy particular: también se emocionó con las producciones de los alumnos para ambientar el espacio de la charla.

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Se quedó sin palabras. Apenas entró al gimnasio del “cole”, las palabras –su elemento habitual de trabajo-, se escaparon y se volvieron huidizas. Sus ojos transmitían mucho más que todo eso que su boca no podía transformar en sonido: contemplaba todo con sus ojos claros, con cierta incredulidad, llevándose la mano a los labios, acaso con gesto de asombro. Las producciones de los alumnos, que decoraron todo el espacio con elementos referidos a su obra, deslumbraron a la escritora Paula Bombara, en la mañana imborrable de su visita al Instituto Educacional José Hernández.

“Es impactante. ¡Guau! Estoy emocionada. No sé ponerlo en palabras”, destacó la autora de numerosos libros, entre los que figuran La Chica Pájaro, Sólo tres segundos y El mar y la serpiente.

La escritora mantuvo un fluido intercambio con los alumnos, que se mostraron muy interesados en su obra. En ese marco, con su voz calma y su mirada transparente, describió una carrera muy particular: sus estudios secundarios, su vocación por las Letras, su carrera de Bioquímica y su ingreso, muchos años después, al mundo literario. Una vez adentro de ese planeta de letras, no paró de escribir: novelas, cuentos, libros de divulgación, biografías de científicos y artículos y ponencias sobre Literatura, Arte e Historia.

“Mi primera novela tiene mucho de autobiográfica. Tardé cinco años para escribirla como quería”, describió cuando le consultaron cuánto había de ella en su primera obra de ficción.

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En relación con La Chica Pájaro planteó que los pocos novios que tuvo en su vida eran “bastante Daríos”, para responder sobre la elación con el personaje de su libro. “Y mi marido es el más Darío de todos”, añadió. “De todos modos, el Darío completo no existe: es muy idílico”.

Asimismo, destacó que el inicio del texto de La Chica Pájaro fue una situación que le sucedió en la calle y en la cual no pudo hacer nada: se paralizó, no supo cómo reaccionar. “En mi memoria, esa escena seguía repitiéndose”. Y la plasmó, finalmente, en su libro.

También contó algunas experiencias personales en relación con la danza en telas y el yoga. Allí describió que está obligada a realizar ejercicio físico, por imposición médica, luego de un accidente mientras terminaba de escribir En sólo 3 segundos.

De todos modos, cuando habló y detalló pasos del proceso editorial, fue tajante en una afirmación: “No voy a seguir La Chica Pájaro. No habrá segunda parte”.

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Respecto de El mar y la serpiente, Bombara planteó que los personajes no tienen nombres porque deliberadamente pretendía representar a muchos. Inclusive, detalló que uno de sus hijos leyó este libro durante 2016, en el colegio, y comprendió el porqué del título y los motivos de ciertos fragmentos de la historia familiar que no lograba componer con naturalidad.

Posteriormente, Paula habló sobre la construcción de sus personajes. “Los personajes aparecen en mi cabeza con una voz. Se corporizan”, detalló.

No obstante, en algún momento se negó a describir cómo imagina determinados personajes. “No quiero corporizar los personajes con esos detalles, porque la lectura es una experiencia completamente distinta al cine, donde te muestran todo. Una vez que yo entrego una obra a la editorial tengo un pequeño duelo, porque los personajes ya no son míos, sino que están en la mente y el universo de los lectores”, añadió.

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De manera ágil y divertida, también detalló algunas experiencias del mundo editorial, como adaptar diálogos y lenguajes –sin modificar la trama- para versiones mexicanas o españolas de sus obras.

En un momento muy intenso del diálogo, Paula narró una experiencia que ocurrió cuando estaba terminando la secundaria. Ella tenía claro que quería estudiar Letras y, por ello, le entregó un trabajo a un profesor de Literatura, que tiempo después la llamó y le dijo de manera tajante que no estudiara Letras. De todas maneras, no era por falta de talento. Ni siquiera le generó frustración aquel consejo. En realidad, el docente le planteó lo siguiente: “Estudie lo que estudie, usted va a largar todo y se va a poner a escribir en algún momento de su vida. Estudie otra cosa”.

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Curiosa y versátil como es, supo que quería ser feliz. Y se puso a recalcular su recorrido. Eligió estudiar Bioquímica, “porque tenía un poco de todo”: biología, química, física, matemática. “Además, necesitaba trabajar y me daba una salida laboral. Mientras tanto, leía mucha ficción. Y estudiaba mucho. Gracias a aquellos estudios, ahora puedo ser directora de una colección de divulgación científica”, explicó.

Sobre el final, antes de observar los videos preparados por los alumnos y de recibir varios obsequios, contó algunas particularidades de su cotidianeidad: ahora, a diferencia de sus tiempos como bioquímica, no tiene horarios ni días típicos de trabajo. Y le suceden anécdotas de notable ternura. Hace poco, mientras esperaba su turno en la carnicería, advirtió que una niña la miraba con insistencia. Hicieron contacto visual varias veces, hasta que la mamá de la pequeña se acercó y le contó: “Leyó tu libro Sin rueditas y vio tu foto por Internet. Por eso te mira tanto”. Y narró el placer que le genera ir en el colectivo o en el subte y observar que alguien está leyendo uno de sus libros.

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