Artículo de Daniel Giarone, publicado en Hoy Día Córdoba
“Ni hoy ni mañana ni pasado; tal vez nunca: ¡el día de la escarapela!”. El dicho popular apela a la metáfora y a la historia para dar cuenta de un entrevero. La celebración cambió cuatro veces, oscilando entre el 18, 19 y 20 de mayo, para finalmente imponerse el 18.
También sobre sus colores hubo vacilación: blanco, rojo, celeste y blanco, azul-celeste y blanco. Incluso llegó a designarse a French y no a Manuel Belgrano como su creador.
Pero lo que siempre estuvo claro, entre quienes la lucieron ayer y la portan hoy, es que más allá de la efeméride de lo que se trata es de “poner el pecho”. Reconocerse, pertenecer y estar del lado que hay que estar: de los nativos y no de los ingleses; de los patriotas y no de los españoles; de la Patria y no de la colonia.
La escarapela en la solapa del traje recién planchado o del pullover deshilachado es una declaración pública. Poner el pecho ante la mirada común por una causa, por un puñado de valores, por un proyecto más o menos realizable, siempre en construcción. Tal vez por eso el día de la escarapela, que no iba a llegar nunca, aún se hace presente.
IDENTIDAD Y PERTENENCIA
Los españoles intensificaron los ataques contra las costas del río Paraná a fines de 1811. Ante esa situación el Triunvirato envió a Manuel Belgrano a Rosario, quien logró contrarrestar las agresiones e instalarse en las barrancas del Paraná. Allí puso una batería, a la que llamó “Libertad”.
Belgrano quería profundizar la lucha por la independencia. Y sabía que ésta también se construye desde la identidad. Entonces escribió a Buenos Aires: pidió permiso para que sus soldados utilizaran una cinta azul-celeste y blanco que los identificara. Una escarapela que los diferenciara de aquellos que luchaban por el absolutismo y el colonialismo. Otra manera, simbólica, de poner el pecho que arriesgaban en el campo de batalla.
A través del decreto del 18 de febrero de 1812, el Triunvirato dispuso crear una “escarapela nacional de las Provincias Unidas del Río de la Plata de dos colores, blanco y azul-celeste, quedando abolida la roja con que antiguamente se distinguían”. Era el diseño propuesto por Belgrano.
Don Manuel se entusiasmó. Respondió al Triunvirato que el 23 de febrero de 1812 entregó las escarapelas autorizadas a sus tropas. Y agregó: para que “acaben de confirmar a nuestros enemigos de la firme resolución en que estamos de sostener la independencia de la América”.
UNA CARTA, UNA BANDERA
La carta preocupó al hombre fuerte del Triunvirato, el secretario Bernardino Rivadavia. Según el historiador Felipe Pigna, Rivadavia “estaba preocupado en no disgustar a Gran Bretaña, y a su embajador en Río de Janeiro, Lord Strangford, con quien estaba negociando la retirada de los portugueses de la Banda Oriental, a condición de que no se mencionase el tema de la independencia”.
Pero Belgrano seguía adelante. El 27 de febrero de 1812 inauguró una nueva batería, la llamó “Independencia” e hizo formar a la tropa frente a la bandera que había cosido doña María Catalina Echeverría, una vecina de Rosario.
La enseña tenía los colores de la escarapela. Oficiales y soldados juraron fidelidad: “Juremos vencer a los enemigos interiores y exteriores, y la América del Sur será el templo de la Independencia y de la Libertad”.
El Triunvirato acusó recibo. Le ordenó a Belgrano “la reparación de tamaño desorden”, le advirtió que no le permitirían sacrificar “hasta tan alto punto los respetos de su autoridad” y lo intimó a que “a vuelta de correo de cuenta exacta de lo que haya hecho en cumplimiento de esta superior resolución”.
Belgrano respondió que había seguido usando la bandera (la correspondencia tardaba varios meses en llegar a destino) y que incluso la había bendecido el 25 de mayo de 1812 en la Catedral de Jujuy. Sin embargo, acata la orden del Triunvirato. Concede destruir la bandera “para que no haya ni memoria de ella”.
Pero agrega: “Si acaso me preguntan responderé que se reserva para el día de una gran victoria y como está muy lejos, todos la habrán olvidado”. Pero esto último no ocurrirá. El Segundo Triunvirato, que había asumido en octubre de 1812 bajo la influencia de José de San Martín y Bernardo de Monteagudo, avaló lo actuado por Belgrano y deshizo lo resuelto por Rivadavia. Había así escarapela con bandera que la acompañe.
¿CELESTE Y BLANCO?
“Las fajas celestes y blancas son el símbolo de la soberanía de los reyes españoles sobre los dominios, no de España sino de la Corona, que se extendían a Flandes, a Nápoles, a las Indias; y de esa banda real hicieron nuestros padres divisa y escarapela, el 25 de Mayo, para mostrar que del pecho de un rey cautivo tomábamos nuestra propia Soberanía como pueblo, que no dependió del Consejo de Castilla, ni de ahí en adelante dependería del disuelto Consejo de Indias”, indicó Domingo Faustino Sarmiento, en un intento por saldar las dudas acerca de los colores primeros que tuvo la escarapela.
Sin embargo, el celeste y blanco no habría estado en la Revolución de Mayo, aunque sí antes, durante las invasiones inglesas de 1806 y 1807. La insignia habría sido utilizada por los Patricios, una suerte de milicia urbana rioplantense, para resistir con éxito la agresión británica. Después se habría popularizado entre los habitantes de Buenos Aires.
El otro antecedente importante en el uso de la escarapela también es anterior a su creación por parte de Belgrano y data del 19 de mayo de 1810, cuando un grupo de damas de Buenos Aires se habría presentado con el distintivo patrio a una entrevista con el entonces coronel Cornelio de Saavedra, jefe del regimiento de Patricios.
Sin embargo, nada indica que los colores hayan sido el celeste y el blanco. Incluso un manuscrito anónimo que cita el historiador Roberto Marfany segura que durante la semana de mayo los patriotas se identificaban con cintillos blancos en sus casacas y sombreros.
Algo similar dice Juan Manuel Beruti, hermando del líder de chisperos y revolucionarios Antonio Beruti. En su reconocida “Memorias curiosas”, Beruti asegura que durante la revuelta de Mayo los patriotas se identificaron en la Plaza de la Victoria con una cinta blanca en la casaca, y en el sombrero una escarapela encarnada acompañada con un ramo de olivo a modo de penacho.
Lejos del relato escolar, una misiva atribuida a Ramón Manuel de Pazos asegura que French y Beruti repartían las famosas cintas blancas como signo de paz y unión entre criollos y españoles, pero que ante la hostilidad de los realistas, el 25 de mayo comenzaron a repartirse cintas rojas como signo «jacobino» de revuelta y revolución.
LOS COLORES DE LA HISTORIA
“La Biblioteca de Mayo, publicada en 1960, recoge diarios de la época, como el del hermano de Beruti, y de ahí surge que las cintas que se distribuían eran blancas y rojas, además de estampitas con la esfinge de Fernando VII, que estaba en una posición de cambio”, subraya el historiador Norberto Galasso.
El ensayista agrega que “no aparecen allí las cintas celestes y blancas a las que hace referencia Mitre, ni Mitre explica de dónde lo sacó. También allí se dice que las cintas que se distribuían en la mañana del 25 de mayo ya eran sólo rojas, como expresión de sangre, de violencia, frente a las trampas con las que el Virrey quería permanecer en el poder”.
Cinta, divisa, insignia. Blanca, roja, celeste, azul. En el pecho, el sombrero o la solapa. Más allá de los rigores del calendario y de la paleta de colores que la pinte, la escarapela señala desde sus orígenes el sueño de soberanía, justicia y libertad. Esquiva y orgullosa asegura que su día, por fin, ha llegado.
Artículo de Daniel Giarone, publicado en Hoy Día Córdoba