Artículo de Perfil.com
1872 dice la carátula de la primera edición de El gaucho Martín Fierro por la imprenta La Pampa, y su venta se anunciaba en el diario La Prensa al precio de 10 pesos. Hablar del Martín Fierro es difícil porque hay una abultadísima bibliografía sobre el poema, superior a la existente sobre el inefable Borges. Pero también es cosa simple, porque la mayoría de los argentinos de todas las edades y épocas lo ha considerado un símbolo propio, un ejemplo de lucha y tenacidad, un representante de lo más auténtico del pueblo. De los muchos aspectos a destacarse del poema, digamos en primer lugar que es un poema épico, como destacó Lugones, y por serlo nos propone una ética.
Ética que se vuelve muy concreta en sus versos, escapando de la enunciación de principios abstractos como decir el bien o el mal. Leamos sus versos, veamos por ejemplo, los consejos de Martín Fierro a sus hijos, y ahí están, escritas, accesibles a todos las verdades que sostiene. Entre paréntesis, por eso los antiguos griegos confiaban en sus grandes poemas, que eran sus principales escuelas: cualquiera podía leer su contenido.
Varios pensadores han destacado los consejos a sus hijos y hasta el papa Francisco suele mencionarlos en sus homilías. Hay consejos sobe la conducta individual, y también hay una ética social, importante porque es compartida por el conjunto de los argentinos.
Ajustándonos estrictamente al poema, entiendo que podemos destacar la siguiente formulación de una ética social: Dos son las leyes básicas. Pero “los hermanos sean unidos”, es la ley primera, mandato de fraternidad familiar y patriótica, porque debemos saber que incluye la solidaridad social.
La otra ley básica es “debe trabajar el hombre para ganarse su pan”, mandato esencial que destaca el valor de las tareas del gaucho y del obrero. Y en ese esquema laboral, que patrones y gauchos, que dirigentes y obreros logren el necesario entendimiento entre “el que obedece y el que manda”.
“Al que es amigo jamás lo dejen en la estacada”, pero no por eso le pidan nada. La ayuda deberá ser así espontánea y desinteresada.
Quizás una de las sextinas más hermosas y sabias del poema es la que dice:
Ave de pico encorvado
Le tiene al robo afición,
Pero el hombre de razón
No roba jamás un cobre
Pues no es vergüenza ser pobre
Y es vergüenza ser ladrón.
El tradicional no matar del decálogo hebraico se recomienda porque es una acción que tiempo después cae como gotas de fuego en el alma, y Fierro tiene esa experiencia en su propia vida, y dice aquí su cristiano arrepentimiento de sus faltas.
Respeten a los ancianos y cuídenlos, como hacen las cigüeñas con sus madres cuando quedan ciegas, y sepan que los viejos son los que dicen los consejos sabios, como estos que les doy. Y una prudente recomendación final es: “No se muestren altaneros, aunque la razón les sobre. En la barba de los pobres aprenden a ser barberos”.
No son consejos de venganza por los dolores de la vida o las maldades padecidas. Son consejos para que estos gauchos perseguidos se inserten creativamente en el mundo social y sean hombres de bien. Constituyen una Ética Social del más elevado nivel.
Inserción que ni Fierro ni sus hijos logran, puesto que “su estado de pobreza” les impide vivir unidos, y deben dispersarse a los cuatro vientos en busca, como tantos lo hacen hoy en día, de la posibilidad de una vida digna.
Nuestro gran poema no solo narra la historia de Fierro, sus hijos y el de su amigo Cruz, es también una exaltación del canto (“cantando me he de morir, cantando me han de enterrar”) que entiende que en la vida hay que cantar opinando y diciendo las cosas como son. Es un poema que exalta al hombre de trabajo, al peón rural, y a través del mismo nos muestra la lucha contra la persecución y el destino duro.
Que en este sesquicentenario nos acordemos del poema, no solo para exaltarlo, sino también para rescatar su sabiduría y su llamado a que los argentinos compartamos una ética de amor y solidaridad.
Artículo de Ángel Núñez en Perfil.com
Fotos: martinsarachaga.com