Texto de Luciano Sáliche en Infobae
Cuando Marcelo Birmajer cumplió trece años y tuvo su Bar Mitzvá, uno de los regalos que recibió fue un Martin Fierro encuadernado en quebracho. “Una edición hermosa; las páginas estaban satinadas con un material muy especial y tenía manchas de la resina del quebracho”, recuerda. Ya conocía ese libro, lo había leído dos años antes, a los once. Era una edición infantil publicada por el sello Sigmar. Lo leyó de un tirón; quedó fascinado. La palabra que usa ahora, en esta entrevista vía Zoom, es: apasionado. A Simón Birmajer, su hijo, le pasó algo parecido. Su padre le había regalado un Martín Fierro ilustrado por Roberto Fontanarrosa. Hace memoria: “Tendría entre catorce y dieciséis”. Marcelo recuerda ese libro, recuerda esas ilustraciones y sostiene que es “un legado de una generación a otra” que “refresca al Martín Fierro”. Es lo que intentan hacer ellos mismos, “refrescarlo para otra generación, porque es un libro, en buena medida, dirigido a los jóvenes”.
Ahora Edhasa acaba de publicar Martín Fierro Siglo XXI. Lo escribieron juntos, padre e hijo. ¿Cómo surgió la idea? Hay dos historias. La de Marcelo ocurre en Mar del Plata, en una pizzería. Se sientan los dos y empiezan a tiran ideas en torno a un Martín Fierro que aparece, no ahora, no acá, sino en un futuro próximo, cercano. “La idea de que Martín Fierro viene del pasado para modificar el futuro tiene que hacer sido de Simón porque él leyó Un mundo feliz de Aldous Huxley”, cuenta. Un tiempo después, una editora le contó que estaban haciendo una serie sobre los clásicos y las piezas se unieron solas. Pero Simón tiene otra historia. “Esa versión me conviene bastante, pero no es la verdadera; voy a dar la versión original de los sucesos”, dice y se ríe. “Yo hace rato le venía diciendo que quería encarar un proyecto con él, que tenía muchas ganas, que me sentía preparado y estaba esperando el momento en que él también lo estuviera”.
Esta historia ocurre en Ostende, no en Mar del Plata; son las mismas vacaciones. Marcelo le cuenta que conversó con gente de una editorial, que le habían dicho que quería hacer algo con el Martín Fierro porque se venía el aniversario número 150. (Efectivamente, El Gaucho Martín Fierro de José Hernández se publicó 1872; la segunda parte, La vuelta de Martín Fierro, en 1879.) “En esa misma caminata yo le doy la idea de la novela: este Martín Fierro que llega a una sociedad donde los gauchos, y todo lo relacionado con ellos y con muchas otras cosas que entran en el cuadro sinóptico de los gauchos, como pueden ser los cuchillos, la violencia, están prohibidos. En esa caminata que recuerdo con muchísimo cariño empezamos a tirar ideas los dos y fuimos construyendo el primer boceto mental de lo que hoy es la novela”. Así nació este libro, una distopía, algo de ciencia ficción que se mezcla con la literatura gauchesca y los sueños de libertad.
—¿Cómo fue escribir la historia a cuatro manos y entre padre e hijo?
—Marcelo Birmajer: La primera parte fue medio caótica: escribir cada uno por su lado, intercambiar párrafos, etcétera. Habremos hecho seis, siete páginas, diez como mucho. Simón trabaja por ráfagas, es un repentista. En una semana escribió unas cuarenta páginas con estructura, con lo que en guion se llamaría escaleta. Estaba muy definida pero había llegado a un final muy impreciso, para mí necesitaba un desarrollo. Era el anteúltimo cuarto de la novela. Yo trabajé sobre todas las escaletas hasta ese último cuarto, que es prácticamente mío, las etapas del final.
—Simón Birmajer: Para poder encarar este trabajo lo primero que tuve que hacer fue entender que estaba trabajando con alguien más grande y de más experiencia. Eso es difícil porque cuando uno escribe, tiene ciertas ideas y las plasma suele estar muy seguro de que está bien y le llega a tomar mucho amor a lo que está escribiendo. Y viene alguien, sea quien sea, por más que lo admires, y te dice “yo no estoy de acuerdo”, empieza una lucha muy fuerte. Frente a eso me dije: “Mantené tu palabra pero sabé que estás escribiendo con alguien que sabe más que vos y que fue la puerta que te abrió esta oportunidad”. Entonces, desde ese lugar logramos que los conflictos fueran los menos posibles, porque era imposible que no hubiera conflictos en una novela de ciento y pico de páginas que estamos escribiendo entre dos. Las cosas salieron muy bien, así que no tengo nada de qué quejarme.
—¿Qué les interesaba traer a este presente de la figura del gaucho?
—SB: Que es muy representativo de un tipo de argentino al que hoy, en cierta forma, está siendo muy atacado. Ese personaje de guapo, pecho para afuera, que se toma un mate y escupe al piso. Yo siempre admiré muchos esos personajes, me divirtieron mucho en la literatura, me generaron ganas de conocer sus aventuras, de leer historias. Incluso es Bruce Willis, llevado a Norteamérica. Obviamente hay mil tipos de forma de ser, pero esa era una forma de ser que me gustaba, y yo sentí que hoy en día era una clara representación de una forma de ser que el mundo no está queriendo permitir. Y me parecía que ahí había una historia.
—MB: Martín Fierro es nuestro Quijote. Yo soy un apasionado del Quijote. Ahora mismo con Simón estamos haciendo un desafío: nos propusimos leer una página por día, él de Jack London y yo del Quijote. Me recuerda muchísimo a Martín Fierro. Yo creo que, efectivamente, Fierro es un personaje que hoy sería cancelado y a la vez es nuestro personaje literario, nos identifica como Nación. No podemos cancelar nuestra identidad. Por eso, la necesidad que vuelva para poner las cosas en orden y, paradójicamente, para permitir el desorden. El desorden del humor, el desorden de la poesía, el desorden del malentendido bien entendido, es decir, que la vida no es una serie de reglas aritméticas, que las cosas pueden tener su ambigüedad, que podemos hacer chistes sin que eso anule al otro o decir una palabra amorosa sin que eso signifique despreciar a nadie. Fierro viene a traer todo eso.
En la primera escena, Martín es un chico que trabaja en el hotel familiar y se anota en la carrera Ciencias del Habla. Viaja en subte mientras lee a escondidas el Martín Fierro. En la siguiente, Martin recibe en plena madrugada a un hombre que se quiere alojar en el lugar. Es un gaucho y su caballo; luego llegan más. Están Martín Fierro, el Indio Pluma, Gauchito Gil y Gauchino. Su madre se levanta y ve un “baile disfraces sin música”. Pagan con monedas de oro; hay uno que está herido. Las cosas se empiezan a complicar y la novela avanza. Martín Fierro Siglo XXI es un un espacio donde habitan diferentes tiempos. Alguien escucha Pappo, hay gauchos, indios, un Estado represivo que tiene un Comité del Chiste para “medir el nivel de agresividad de los chistes y reducirlas a 0? y mandó a todos los caballos a vivir a la luna. Pese a todo, el verosímil se aferra al lector. Es que, como se lee en la novela, “cuando lo increíble ocurría frente a sus ojos, la superstición era negarlo”.
La interpelación al presente es una constante. Ahora, en esta conversación, ambos autores —Marcelo con una larga trayectoria en la literatura, con premios incluidos y adaptaciones al cine; Simón escribe, es guionista y creativo publicitario— expresan una incomodidad con la época. “Esta novela es una exageración de cosas que están pasando contemporáneamente —reflexiona el más joden del dúo narrativo—, y cuando vos querés exagerar te vas a un futuro cercano obligatoriamente, porque estás diciendo: ‘si esto sigue avanzando, si sigue por el mismo camino, terminaría acá’. Termina siendo un futuro cercano, pero no lo queríamos fijar una fecha. Queremos que la gente se sienta identificada en esta exageración. Que digan: ‘Yo sigo escuchando Pappo, hoy dicen que con Pappo está todo mal, ¿por qué si fue el guitarrista número uno de Argentina?’ Nos gustaba que se empezaran a pensar esas cosas”.
¿Qué ocurriría si Fierro y su troup de gauchos llegaran a esta Argentina, a este presente, a este contexto? “Que los escrachan, eso seguro”, bromea Simón, y continúa: “Hay muchos cambios que realmente están buenos. La sociedad va avanzando. Y yo pienso que un personaje tan inteligente como Fierro entendería eso. El tema es que, yo creo, estamos viviendo en un momento de revolución, no la armada, la de San Martín, sino una revolución de pensamientos, y generalmente tendemos a ir muy a los extremos cuando estamos buscando cambios grandes. El objetivo siempre tiene que ser mantener el equilibrio. Fierro tendría mucho que pensar si viniera ahora”. Su padre, Marcelo Birmajer, un hombre “criado en el siglo XX” destaca cambios como “el respecto a la diversidad sexual y la igualdad entre el hombre y la mujer son cosas que mejoraron la vida de todos”. “Eso, un matrero, alguien que vive la libertad, que vive perdido en el campo, lo valora”, dice.
—Fierro es un personaje oprimido que de pronto se revela, pero también representa una tradición, lo cual desde esta época podría ser visto como conservador. ¿Cómo piensan ese vaivén entre la rebeldía y su autenticidad, por un lado, y la mirada conservadora de la tradición?
—MB: Efectivamente, en su génesis como personaje él está contra el Ejército, contra el orden establecido, es un paria: va por el campo a ciegas, sin destino. Yo creo que en nuestra novela Fierro lucha por una causa que potencia esa marginalidad: no quiere ser olvidado. Él viene al presente para que no se mate su memoria. Si en su primera vuelta tiene que luchar por su vida y por su libertad, ahora está luchando por su alma, para no desaparecer de la memoria. Ya no es la vida, es el alma.
—SB: En el original, Fierro es desertor: deserta del Ejército. Pero Fierro no es desertor por cobardía, sino por libertad. Fierro no es desertor porque tiene miedo a pelear, sino porque quiere ser libre, y esta novela habla en base justamente de eso: yo siento que mantiene el alma de Martín Fierro. Es nuevamente Fierro luchando por ser libre, porque haya libertad.
—MB: El otro día en una nota Simón dijo: “Todos somos rebeldes en algo”. A mí me apreció una muy buena reflexión. Creo que eso aplica a Fierro y al Quijote. ¿En qué circunstancias sos rebelde, en qué marco? Los transgresores, digamos Jack Kerouac, los Beatniks eran transgresores respecto de la american way of life, pero si iban a Woodstock eran parte del mainstream. Fierro, en la novela, desarrolla una autenticidad. Fierro quiere ser él mismo, lo que le sale ser. No le exige a sus hijos, o los que pudieran ser hijos, que cumplan por cumplir. Él descubre que en ese jóvenes hay identidad, un mandato propio, no impuesto, y es por vivir como ellos quieren vivir que tienen problemas, no es porque busquen problemas. En algunos ámbitos Fierro podría ser el que da las órdenes, podría ser el integrado que pide que se respeten determinadas tradiciones, pero en la novela es alguien que tiene que seguir huyendo y tiene que apostar a que lo recuerden, no a imponer su modo de vida a los demás. Que lo dejen vivir como él quiere.
—SB: Hay también una contradicción. Es verdad que Fierro sigue siendo un personaje cultural importantísimo y a la vez es algo que contradice a muchos hechos que están pasando en la época. Siento que con ciertos personajes esa contradicción se acepta porque ya quedaron tal culturalmente marcados. Nadie se anima a hablar de Fierro pero sí de la esencia de Fierro. La gente habla mal de la esencia de Fierro y después habla bien de Fierro sin ningún tipo de problemas. Lo mismo puede pasar con Bukowski, por ejemplo. Lo leí mucho y el noventa por ciento de las cosas que escribe, mucha de la gente que lee mucho a Bukowski está totalmente en contra y lo desbanda totalmente. Y después dicen muy alegremente que son fanáticos de Bukowski. Entonces lo que pienso es: siempre avanzando, hay que mantener el foco en seguir aceptando la realidad, que cada uno pueda expresar su ser de la manera en que exactamente es, porque ahí va a salir la originalidad y ahí el arte se va a seguir nutriendo de nuevos artistas y distintas obras. Porque al fin y al cabo lo que hace distinta a cada obra es que cada artista tiene un pensamiento distinto.
—MB: Te doy un ejemplo bien concreto: el lenguaje inclusivo. Me rindo a la discusión de lenguaje inclusivo porque no lo considero inclusivo, pero no lo pedí a nadie que cambie su forma de escribir. Bajo ningún concepto acepto que me la quieran cambiar a mí ni que definan mi forma de pensar por usar vocales en vez de solo la E. Y ahí creo se explica lo que pasa con Fierro: él solamente pide que lo dejen galopar.
Fuente: texto de Luciano Sáliche en Infobae