Detectives, crímenes, pistas y deducciones

En busca de las primeras huellas.

Se comete un crimen del que se desconocen los datos fundamentales: ¿Quien fue? ¿Cuál fue el móvil? ¿Cómo se realizó el hecho? Por algún motivo, alguien se interesa en responder estos enigmas y comienza una investigación. Este personaje encuentra pistas, algunas lo conducen al final del misterio. pero otras lo desvían de su camino. Finalmente, cuando todo parece indicar que ese misterio es demasiado complicado, casi imposible de resolver, se descubre toda la verdad. ¿Cuándo aparecen por primera vez estos temas en la literatura? Responder a esta pregunta significa reconocer cuándo nace el género conocido como policial o detectivesco.

Algunos estudiosos remontan el origen de este tipo de relatos a la antigua Grecia, más precisamente al siglo VI a. C. en la obra Edipo Rey, de Sófocles. Otros señalan como antecedentes de los relatos policiales los cuentos hebreos tradicionales incorporados a la Biblia, los legendarios acertijos de los oráculos o las antiguas biografías de criminales. Sin embargo, lo cierto es que, en todos los textos mencionados, faltan algunos elementos que son fundamentales en el género: personajes, temas, estructuras, pero sobre todo su intención principal: divertir al lector. Para hallar reunidos todos estos requisitos es necesario avanzar algunos siglos, hasta mediados del año 1800 , y nombrar a quien es considerado el padre del relato policial: Edgar Allan Poe.

Este conocido escritor estadounidense publicó en el año 1841 el cuento “Los crímenes de la calle Morgue”. En este relato, una mujer y su hija han sido asesinadas de manera brutal en una calle de París, sus vecinos han escuchado unos sonidos extraños, cuyo origen desconocen. El móvil del crimen también es incierto; se descarta el robo, porque los ahorros de las mujeres aparecen intactos y. en principio, no parece un acto de venganza. Un dato que enturbia, aún más, las investigaciones policiales: nadie sabe cómo se ha podido cometer el sanguinario acto, ya que todos los accesos a la casa se encontraban cerrados desde adentro y, por lo tanto, resulta imposible que alguien pueda haber entrado. El misterioso caso será resuelto desinteresadamente por un excéntrico caballero francés, Auguste Dupin. Culto, inteligente, observador sagaz y un poco extravagante, es el primer detective de la historia de la literatura.

Su forma de resolver el enigma es casi científica: parte de la observación de los detalles, elabora una hipótesis sobre esas pistas y luego se encarga de comprobar su veracidad. Su método es la deducción, la lógica y la razón puestas al servicio de la verdad.

Dupin puede ver lo que otros no ven, rastrear en los detalles de la escena del crimen los indicios que le permitirán descifrar el misterio. A diferencia de la policía, no cobra por sus servicios, su investigación está motivada por el placer del conocimiento y la reconfortante sensación de saber que sus deducciones son precisas y verdaderas.

De hecho, la relación entre Dupin y la institución policial es bastante compleja. No hay enemistad entre ellos, pero sí cierta competencia que, en algunos momentos, pone al descubierto los celos profesionales por parte de la ley y un cierto regocijo de superioridad en el detective.

Este personaje es acompañado por un amigo (del que no sabemos su nombre y, por eso, algunos lo identifican con el mismo Poe), que es quien cuenta su historia y escolta, como un alumno maravillado, las brillantes observaciones de su maestro.

En este cuento aparecen por primera vez todas las características de lo que luego se dará a conocer como relato policial clásico o de enigma.

Luego de “Los crímenes de la calle Morgue”, Poe publica otros cuentos con características similares corno «El misterio de Marie Roget» y «La carta robada», que abre esta antología.

 

Los sucesores de Dupin

Poe fue el primero en crear este tipo de personaje y argumento detectivesco, pero no fue el único ni el último. Varias décadas después del surgimiento de Dupin y sus casos, el escritor escocés Anhur Conan Doyle publica su novela Estudio en escarlata (1887), donde aparece por primera vez la dupla más famosa de la literatura policial: Sherlock Holmes y John Watson.

Holmes, al igual que Dupin, es un caballero notable, inteligente y un poco extraño. Aficionado a la ciencia y ferviente defensor de la deducción, dedica su tiempo a investigar crímenes cuyas resoluciones son aparentemente imposibles. Este detective privado es acompañado por Watson, un médico que lo sigue y se encarga de escribir sus memorias para dar a conocer al mundo la brillante sagacidad de su amigo. ¿Les suena conocido? Claro, las ideas de Poe son actualizadas, pero no por ello dejan de ser percibidas por el lector.

A partir de ese momento, los cuentos de enigmas y detectives se convierten en uno de los géneros más populares de la literatura. Holmes y Dupin serán, desde entonces, paradigmas del detective privado.

Para la misma época en que Doyle publica sus relatos, el escritor estadounidense Gilbert Keith Chesterton da origen a su conocido personaje del padre Brown, un sacerdote que tiene como segunda profesión investigar y resolver crímenes. De aspecto rechoncho y aparente ingenuidad, está dotado de una extraordinaria agudeza para conocer la naturaleza humana. Esta aptitud le permite observar lo que otros no logran ver y resolver los enigmas con una simpleza sorpresiva. Generalmente es ayudado por un criminal reformado llamado Flambeau que le brinda sus conocimientos y su punto de vista sobre los hechos. A diferencia de su contemporáneo Sherlock Holmes, los métodos del Padre Brown tienden a ser más intuitivos que deductivos. A pesar de su devoción y religiosidad, el sacerdote resuelve sus casos desde una lógica racional, sin que eso impida realizar comentarios y reflexiones morales, religiosas o filosóficas. Este personaje representa al clérigo culto, libre pensador y conocedor de las principales corrientes del pensamiento contemporáneo laico.

El padre Brown apareció por primera vez en el relato «La Cruz azul» y continuó a lo largo de varios cuentos publicados entre 1910 y 1935 en varias revistas de Estados Unidos.

Otro de los hitos fundamentales de la narrativa policial le corresponde a la famosa escritora inglesa Agatha Christie, conocida por sus novelas y relatos protagonizados por Hércules Poirot y Miss Marple, una de las primeras investigadoras de sexo femenino. También contemporánea de Arthur Conan Doyle, aún hoy sigue ubicándose entre los autores más leídos de la novela de enigma.

El detective Poirot es un hombre templado, pero algo altanero y jactancioso. Su obsesión por el orden y el método lo muestran inalterable, aun en los casos más complicados, en la búsqueda de la verdad. Es acompañado por Hastings, su colaborador incondicional, y cuenta con el apoyo de japp, un agente del Scotland Yard.

Miss Marple, por su parte, es descripta por su creadora como una anciana simpática y solterona, que vive en un pueblito alejado de la ciudad. Su capacidad para la observación y el análisis, junto con la sabiduría que le brinda la experiencia de sus años vividos, hacen que esta mujer se adentre en los misterios y enigmas que suscitan los casos criminales. Hasta el momento se han mencionado autores ingleses o estadounidenses, por eso se suele vincular al policial clásico o de enigma con escritores de esa nacionalidad. Sin embargo. esta corriente del policial cruzó rápidamente los límites geográficos y se instaló en otros países, sobre todo en Francia. Así, encontramos a escritores como Emile Gaborieau, contemporáneo de Poe y creador de Lecoq, el primer «policía literario»; o a Gastón Leroux, autor de «El misterio del cuarto amarillo». Ambos sentaron precedentes tanto en los temas como en los personajes característicos del género.

Un caso notable es el del prolífico escritor belga George Simenon, autor de más de un centenar de novelas y reconocido mundialmente por sus relatos policiales. Su personaje más conocido es el comisario Maigret , heredero del mencionado Lecoq. Pareciera que, mientas los anglosajones creaban a sus detectives, los franceses convertían a sus funcionarios policiales en personajes de ficción.

 

Los detectives y su época

Por lo general, se suele identificar a la literatura policial con la lógica, la ciencia, el método y la deducción. Esto no es casual, ya que su aparición se da entre la mitad del siglo XIX y el principio del XX, época en la que se creía que la inteligencia humana, acompañada por la razón y la ciencia, era capaz de alcanzar cualquier verdad. En estos años, por ejemplo, la química y la física tienen su auge, se comienzan a utilizar el petróleo y sus derivados como combustible, se amplían las redes de ferrocarriles, las máquinas reemplazan el trabajo manual, y se inventan el telégrafo inalámbrico, el teléfono y el cine.

Pero el avance de la ciencia y la tecnología puesta al servicio del hombre también traía aparejado el surgimiento de las grandes ciudades modernas, con su crecimiento demográfico, un aumento del delito, la pobreza, la exclusión y la marginalidad. La presencia del «mal» y del crimen era mo¬neda corriente en los nuevos diarios sensacionalistas y ponía en peligro la certeza y la tranquilidad de la propiedad privada.

El detective aparece entonces como el encargado de restablecer el orden en un mundo que se presenta amenazado por cualquier misterio sin explicación.

 

Porque es un buen compañero

Como ya dijimos a lo largo de estas páginas, los detectives suelen estar acompañados por un ayudante que observa y aprende para poder, luego, contar las aventuras compartidas. Por eso, en muchos casos el ayudante es el narrador de la historia. El lector suele identificarse con estos personajes porque, al igual que ellos, intenta descubrir el enigma a partir de las pistas e informaciones que le brinda el detective. Lo que ocurre es que este último siempre conoce más que su ayudante (y que el lector) y puede observar aquellos detalles que para otros son insignificantes. Esta carrera de inteligencia para saber quién descifra primero el misterio genera curiosidad y suspenso en el lector, quien permanece desorientado hasta que el detective reúne todas las pistas y explica, al final del relato, cómo resolvió el enigma.

El asistente del detective también es conocido como «adlátere» (que viene del latín a-latere: ‘al lado’, ‘cerca de’), que según el diccionario de la Real Academia Española significa «persona subordinada a otra de la que parece inseparable». Como se puede ver, el lugar que el género tiene reservado para estos personajes es bastante desdeñoso, pareciera que ellos son solo una sombra, una carga innecesaria que deben soportar los verdaderos héroes de la investigación.

Algunos ayudantes, como Watson o el innominado amigo de Dupin, son muy inteligentes y cultos, pero bastante ingenuos al momento de investigar un enigma. Esto hace que en ocasiones el detective los «ponga a prueba» y hasta se burle de sus comentarios. Lo cierto es que, sin sus compañeros los detectives no serían lo mismo, porque son ellos quienes (en el plano de la ficción) dan a conocer sus historias y, muchas veces, los ayudan a salir de alguna situación complicada.

El escritor argentino Pablo de Santis en su novela El enigma de París, coloca en el centro de la trama a un ayudante, con-vierte a un Watson en un Holmes y, de esa manera, le brinda un homenaje que la historia de la literatura le debía:

A mí se me había ocurrido el argumento y la idea de los detectives, pero realmente empecé a escribirla con entusiasmo cuando apareció el tema de los adláteres; cuando empecé a notar que los que cuentan la historia no son los detectives, sino sus ayudantes, desde los orígenes del relato policial. Es decir, el género se estrena con «Los crímenes de la calle Morgue», de Edqar Allan Poe, donde es el amigo del detective Dupin el que empieza a contar la historia. De alguna manera, este amigo lo adopta a Dupin, que es un tipo muy inteligente y sagaz, pero que en su vida personal es un desastre, una especie de aristócrata que llegó a la indigencia por su falta de capacidad para relacionarse con la vida práctica. Me interesa este raso; que los que escriben no son los más inteligentes, no son los más sabios, porque en la escritura siempre hay algo de saber y no saber. A partir de ahí, se me ocurrió esta situación, porque a la vez estos asistentes son una especie de Sancho Panza, tienen un rasgo de cierta inferioridad con respecto a los detectives y, también, cuentan con el poder de la escritura para decidir qué es lo que queda en limpio y qué no.

Entrevista a Pablo de Santis en http://www.revistasudestada.com.ar

 

Los duros del policial: el policial negro

Hacia finales de la década de 1920, y tras varios años de crecimiento económico, se produce en los Estados Unidos la caída de la bolsa de Wall Street en 1929, lo que generó un colapso en el sistema financiero y una crisis socio-económica sin precedentes: pobreza, desempleo, marginalidad y un avance del mundo del delito sobre la política y las instituciones. Para la misma época, la «ley seca» había creado un mercado paralelo de venta de alcohol que enriquecía a los gánsteres. El crimen organizado aprovechaba el conflicto generado por las huelgas y la desocupación para ganar influencia política. Las mafias, agrupadas en las llamadas «familias», peleaban auténticas guerras por el poder y para dominar los sindicatos y las rutas clandestinas de tráfico. Frank Costello, Lucky Luciano y Al Capone son algunos de los nombres que resuenan en los agitados conflictos de esas épocas. En estos arios, se da el auge de otra corriente del género conocida como policial «duro» o «negro»: relatos más realistas, historias más violentas y con mayor acción. Algunos de los escritores más conocidos de esta nueva vertiente son Dashiell Hammett, quien creó al detective Sam Spade, y Raymond Chandler, inventor del famoso investigador privado Philip Marlowe.

A diferencia de Dupin, Holmes o Maigret, estos nuevos héroes se lanzan a la acción, no son ajenos a los peligros, se involucran en sus casos, circulan por la ciudad enfrentando los riesgos y esperando el ataque de los criminales. Casi siempre son policías retirados, escépticos, recios y de pocas palabras. Endurecidos por la realidad que les ha tocado vivir, luchan contra tos crimina¬les utilizando sus mismos métodos y no vacilan en apretar el gatillo.

Estos detectives pierden la aparente inmunidad que tenían en el policial clásico, y el lector no sabe qué ocurrirá con ellos en el próximo capítulo. En un mundo violento y sin orden, rige la ley del más fuerte.

Los investigadores ya no son aficionados que descubren misterios por placer, sino profesionales que cobran por su trabajo y que, corno todos, necesitan ese empleo para subsistir. Pero existe algo en lo que todos se mantienen firmes: son incorruptibles, representan la imagen opuesta a la realidad en la que se desarrollan estos relatos. Ellos cobrar, un dinero por realizar su investigación y eso es suficiente para realizar su trabajo con decencia y honestidad.

Este tipo de relatos suele estar ambientado en una ciudad hostil y peligrosa, de ahí su nombre de novela negra. Nos muestran una sociedad que ha perdido sus valores fundamentales y que se encuentra gobernada por sus propias contradicciones. En este mundo violento, dominado por el dinero sucio, los detectives no intentarán restablecer el orden, porque la ley está ausente donde gobierna la corrupción. Sin embargo, ellos tratarán de hacer su trabajo lo mejor posible y buscarán la verdad aunque en ello se jueguen la vida.

 

Nuestros detectives

El género llega a nuestro país muy tempranamente. Ya a finales del siglo XIX y principios del XX aparecen algunos autores como Luis V. Varela, Eduardo L. Holmberg, Paul Groussac y Horacio Quiroga, cuyos textos abordan de manera dispersa y aislada algunos elementos propios del relato policial al estilo de Poe y otros autores europeos.

Sin embargo, el verdadero comienzo del policial en la Argentina suele ubicarse durante la década de 1930, época en la cual se editan novelas corno la mítica El enigma de la calle Arcos (1932), de Sauli Lostal o El crimen de la noche de bodas (1933), de Jacinto Amenábar. También se publican en va ríos diarios y revistas cuentos de Roberto Arlt, Manuel Peyrou, Enrique Anderson Imbert o Leonardo Castellani. La Colección Misterio se dedica a divulgar, por ese entonces, autores extranjeros del género en nuestro país. Los escritores nacionales de este período respetan los modelos clásicos sin grandes variaciones.

Pero, desde la década de 1940, los relatos policiales argentinos comienzan a transgredir las reglas de juego y a crear una propia identidad. Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares escriben juntos bajo el seudónimo de Bustos Domecq los relatos de Isidro Parodi. Este particular detective, mezcla de Dupin y gaucho, resuelve los casos desde el interior de la celda donde se encuentra preso. Uno de los primeros detectives argentinos es, de esta manera, un presidiario y no necesita de la observación para descubrir el enigma: es suficiente con descifrar el discurso de sus clientes.

El caso de los comisarios argentinos puede ser útil para ilustrar de que manera el género policial se va transformando en nuestro país. Estos personajes humil des, bonachones y con más experiencia que rigor deductivo van desplazando a la figura arquetípica del detective clásico, al estilo de Sherlock Holmes. Tal es el caso de Laurenzi, comisario retirado, creado por Rodolfo Walsh, o el telúrico Don Frutos Gómez, de Velmíro Ayala Gama. Ambos tienen una mirada muy particular sobre su profesión y parodian muchas características del estereotipo del inspector, por ejemplo su aristocracia, su formación cultural y su estricto método de investigación.

Entre las décadas de 1940 y 1950 comienzan a publicarse antologías de relatos policiales y revistas de gran circulación, como Vea y Lea, que se encargan de difundir relatos policiales de autores argentinos. Además aparecen colecciones dedicadas exclusivamente al género, tal es el caso de El Séptimo Círculo, dirigida por Borges y Bioy Casares.

El policial tiene su auge: los textos no solo se consiguen en cualquier quiosco de diarios, sino que también existen escritores consagrados que se interesan por el género.

A principios de la década de 1960, el policial negro va desplazando lentamente al policial clásico. El entretenimiento y las deducciones le ceden el lugar al compromiso y la mirada crítica de la sociedad. Los viejos comisarios y detectives son sustituidos por nuevos investigadores, gente «común», periodistas o testigos involucrados directa o indirectamente con el hecho. La presencia del criminal es mucho más acentuada que en los policiales anteriores, y su mirada será fundamental para comprender el crimen y sus causas. Es importante destacar la importancia de La colección Serie Negra dirigida por Ricardo Piglia que se encargará de difundir este tipo de textos que indagan el género desde esta nueva perspectiva.

A partir de la década de 1970, el género no puede desentenderse de su contexto político social. En un país agitado y conmocionado por la dictadura militar, la represión, la censura y la muerte, el crimen ya no aparece en cuartos cerrados, sino que circula en las calles, en los lugares menos esperados. El asesino no es un hombre aislado que desafía la mente del detective, es un asesino colectivo, en muchos casos respaldado por el Estado, El género aparece como un espacio donde se intenta escribir y reflexionar sobre aquello que ocultan los que tienen el poder. Estos relatos se convierten en -una estrategia de su¬pervivencia para aquellos que desean «contar» y «hablar» en una época y en un país en que la palabra, el decir, estaba «policialmente dirigido» hacia una dirección: el silencio.

 

Prohibido jugar sucio

La verosimilitud consiste en un conjunto de leyes que Le permiten a un texto presentarse como «creíble» dentro del mundo que construye. Por eso, no es necesario que un texto refleje la «realidad» o se parezca a ella para que sea verosímil. Cada género, sea realista, policial, fantástico o maravilloso, posee su propio verosímil. El lector, a medida que avanza en el relato, va reconociendo y aceptando eras leyes.

Muchos críticos y autores plantean el relate policial como una competencia de sagacidad entre el autor (representado en la ficción per el personaje del detective) y el lector para ver quién llega primero a descubrir la verdad. Existen algunas leyes que el lector competente domina con rapidez.

Este juego-competencia debe ser claro y sin trampas; no pueden existir elementos quo defrauden la lógica del argumento o su verosimilitud. Por eso se dice que en los cuentos policiales debe existir un fair play, que impida utilizar recursos que defrauden las expectativas del público lector. A continuación, aparecen algunas reglas aceptadas por el verosímil del género y otras que no pueden ser utilizadas. Todas fueron adaptadas de opiniones de escritores:

Las que sí…

• El caso es un misterio inexplicable en apariencia.

• Los indicios superficiales señalan erróneamente a en culpable y confunden al detective y al lector.

• Se llega a la verdad a través de una observación rigurosa y metódica.

• La clave para la resolución del enigma deber ser siempre simple.

• El culpable debe ser descubierto por medio de una serie de deducciones, no accidentales, o producto de la casualidad o de una confesión.

• Debe haber un investigador que reúna los indicios v huellas necesarias para llegar a una justa revelación del culpable.

Las que no…

• Una novela sin cadáver.

• Más de un asesino.

• Las soluciones sobrenaturales.

• El crimen investigado resulta ser un mero accidente o suicidio.

• El asesino es una persona insignificante para el argumento.

• Hay más de un detective encargado de resolver el enigma.

• El detective es el autor del crimen.

• Recursos prohibidos: colillas de cigarrillos, espiritismo, falsas huellas, perro amigo, venenos desconocidos, sociedades secretas con ramificaciones por el mundo, mellizos, sueros de la verdad.

Todas estas reglas permiten entender mejor cómo se construye un relato policial. Sin embargo, estas leyes son cambiantes y dinámicas. Cada autor busca crear un texto original y, para eso, debe Intentar romper o transgredir las normas rígidas, siempre y cuando esto no atente contra la lógica y la coherencia interna del texto. Aun más, podría decirse que gracias a que muchas reglas del género son alteradas por autores nuevos, hoy día seguimos sorprendiéndonos ante los enigmas de los relatos policiales y sus formas renovar los temas.

 

Detectives y asesinos: una dupla necesaria

Si bien es cierto que el héroe de los relatos policiales es el detective, existe otro personaje tan importante corno aquel: el criminal. Al igual que su antagonista, este personaje malvado posee una inteligencia excepcional y tiene tantas habilidades para ocultar su crimen como el detective para descubrirlo. Siempre intentará llevar adelante el crimen perfecto, aquel que el detective no pueda resolver. En este enfrentamiento entre el detective y el criminal se pone en juego un tema universal de la literatura: el enfrentamiento entre el bien y el mal. En el policial clásico, siempre triunfa el bien, y el lector tiene la sensación de que finalmente todo ha vuelto a su orden normal. Sin embargo, se da una rara paradoja: para que exista un detective (y un relato policial) no solo es necesario que se resuelva el misterio y se castigue. de alguna manera, al criminal; además debe haber suficientes crímenes que justifiquen la labor del héroe. De este modo, así como no existe la investigación sin un enigma, nunca podría haber detective sin un criminal.

 

Enigma y suspenso

El crítico Tzvetan Todorov, en su artículo «Tipología de la novela policial», sostiene que los relatos policiales de enigma contienen dos historias: la del crimen y la de la investigación. La primera es la historia de lo que verdaderamente ocurrió (cómo fue el crimen, quién lo cometió, etc.), mientras que la segunda explica cómo el lector va adquiriendo el conocimiento de los hechos a partir de los descubrimientos del detective encargado de develar el enigma. Es la mirada de este personaje la que irá guiando al lector en la pesquisa hacia la verdad de lo sucedido. La primera historia (la del crimen) ha concluido antes de que comience la segunda (la investigación). El lector solo conoce la verdad de lo que ocurrió a través de la investigación que realiza el detective.

Podríamos decir que los hechos que llevan al crimen son la «historia» (aquello que se cuenta), mientras que la investigación es el «discurso» (cómo se la cuenta), es decir, cómo el narrador organiza esos hechos en el texto. En el caso del policial negro estas dos historias, el crimen y la investigación, suelen aparecer fusionadas, simultáneamente. Ya no se trata de un crimen que se ha cometido antes de que el relato comience, sino que, a medida que el texto avanza, van ocurriendo crímenes cuyas revelaciones se irán presentando en forma gradual.

Esta manera de organizar la trama del texto genera diferentes expectativas de lectura. Cuando el cuento presenta un enigma, el lector se pregunta qué ocurrió. En cambio, si el interés está centrado en lo que va a suceder, en qué ocurrirá, decimos que el texto genera suspenso. Se podría decir, entonces, que en el policial clásico predomina el enigma, la curiosidad, mientras que en la corriente negra prevalece el suspenso.